Prefacio
Una promesa de Dios puede ser comparada muy instructivamente a un cheque pagadero al portador. Es dada al creyente con miras a concederle algo bueno.
No tiene el propósito de que la lea confortablemente
para que luego se olvide de ella. No, el creyente debe usar la promesa
como una realidad, como un hombre usa un cheque.
El creyente debe tomar la promesa y endosarla con su propio nombre, recibiéndola personalmente como algo verdadero. Debe aceptarla por
fe como suya. Cree firmemente que Dios es veraz, y veraz en cuanto a
esta palabra específica de promesa. Pero va más allá, y cree que ya
cuenta con la bendición, puesto que tiene la firme promesa de ella, y,
por tanto, pone su nombre en la promesa para certificar el acuse de
recibo de la bendición.
Hecho esto, debe presentar la
promesa al Señor con fe, igual que un hombre presenta un cheque en la
ventanilla del Banco. Debe argumentarla por medio de la oración,
esperando verla cumplida. Si ha venido al banco del cielo en la fecha
establecida, recibirá de inmediato el monto de la promesa. Si el cheque
tiene una fecha posterior, debe esperar pacientemente hasta que llegue
ese día; pero, mientras tanto, puede considerar la promesa como dinero
en efectivo, pues el Banco le pagará con seguridad cuando llegue la fecha indicada.
Algunos individuos no estampan el endoso de la fe en el cheque, y por ello no obtienen nada; y otros son negligentes en presentarlo, y estos tampoco reciben algo. Esto no es culpa de la promesa, sino de aquellos que no actúan con sentido común en relación a la promesa, a la manera requerida en los negocios.
Dios no ha dado ninguna prenda que no quiera
redimir, y no ha alentado ninguna esperanza que no quiera cumplir. Para
ayudar a mis hermanos a creer esto, he preparado este pequeño volumen.
La visión de las propias promesas es buena para los ojos de la fe: entre
más estudiemos las palabras de gracia, más gracia obtendremos de las
palabras. A las Escrituras alentadoras he agregado mis propios
testimonios, que son el fruto de la tribulación y de la experiencia.
Yo creo en todas las promesas de Dios, y he probado y
comprobado muchas de ellas personalmente. He visto que son verdaderas,
pues han sido cumplidas para mí. Confío que esto sea alentador para los
jóvenes y que no deje de ofrecer solaz al grupo de mayor edad. La
experiencia de un hombre puede ser de suma utilidad para otros, y, por
esta razón, el hombre de Dios de tiempos antiguos escribió: “Busqué a
Jehová, y él me oyó”, y también: “Este pobre clamó, y le oyó
Jehová.”
Yo comencé estas porciones diarias cuando estaba
siendo embestido con violencia por la marejada de la controversia. Desde
entonces he sido arrojado en “aguas que habían crecido de manera que el río no se
podía pasar sino a nado”, las cuales, si no hubiera sido por la mano
sustentadora de Dios, habrían ahogado a cualquiera. He soportado
tribulaciones provenientes de muchos flagelos. El agudo dolor corporal
siguió a la depresión mental, y esta fue acompañada tanto de duelo como
de aflicción, en la persona de alguien tan querida como la vida. Las
aguas se agitaron continuamente, y las olas se sucedieron una tras otra.
No menciono esto para implorar simpatía, sino simplemente para que
lector vea que no soy un marinero de tierra firme. He cruzado, la mayor
parte del tiempo, esos océanos que no son Pacíficos: conozco el oleaje y
la furia de los vientos. Nunca fueron las promesas de Jehová tan
preciosas para mí como en esta hora. Algunas de ellas no pude entender
hasta ahora; no había llegado para mí la fecha del cumplimiento de su
plazo, pues yo mismo no estaba lo suficientemente maduro para percibir
su significado.
¡Oh, que pudiera consolar a algunos de los siervos
de mi Señor! He escrito desde mi propio corazón con miras a consolar sus
corazones. Quiero decirles en sus tribulaciones: “hermano mío, Dios es
bueno. Él no te abandonará: Él te sustentará.
Hay una promesa preparada para tus presentes emergencias; y si crees en
ella y la argumentas en el propiciatorio por medio de Jesucristo, verás
que la mano del Señor se extiende para ayudarte. Todo lo demás puede
fallar, pero Su palabra nunca fallará. Él ha sido tan fiel para mí en
incontables ocasiones, que debo alentarte a que confíes en Él. Yo sería
ingrato para con Dios y poco amable para contigo si no hiciera eso.”
¡Que el Espíritu Santo, el Consolador, inspire al
pueblo del Señor con renovada fe! Yo sé que, sin Su poder divino, todo
lo que pudiera decir sería inútil; pero bajo Su influencia vivificadora,
aun el más humilde testimonio afirmará las rodillas débiles, y
fortalecerá las débiles manos. Dios es glorificado cuando Sus siervos
confían en Él sin reservas.
Traducción: Allan Román para Spurgeon.com.mx - Sermones seleccionados traducidos al español
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Crecer en Gracia y Conocimiento
Hola! Muchas gracias, me fué de mucha ayuda.
ResponderEliminarSaludos desde Colombia! Bendiciones!❣️