“Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros
fuésemos
hechos justicia de Dios en él”.—2 Corintios 5:21
El
corazón del evangelio es la redención, y la esencia de la redención
es el sacrificio sustitutivo de Cristo.
Los que predican esta verdad predican el evangelio aunque en otros
puntos estén equivocados; pero los que no predican la expiación,
sin importar todo lo demás que declaren, han pasado por alto el alma
y la sustancia del mensaje divino. En estos días me siento obligado
a presentar repetidamente las verdades elementales del evangelio. En
tiempos de paz nos sentimos libres para incursionar en aspectos
interesantes de la verdad que distan de tratar específicamente este
tema, pero ahora tenemos que concentrarnos en esto y vigilar el fuego
y los hogares de nuestra iglesia defendiendo los primeros principios
de la fe. En esta época han surgido, aun en la misma iglesia,
hombres que hablan perversidades. Hay muchos que nos molestan con sus
filosofías y sus interpretaciones novedosas, los que niegan las
doctrinas que profesan enseñar y socavan la fe que se han
comprometido a mantener. Es bueno que nosotros, que estamos seguros
de lo que creemos y no decimos palabras con significados secretos,
nos plantemos y afirmemos nuestra posición, anunciando la Palabra de
vida y declarando claramente las verdades fundamentales del evangelio
de Jesucristo… No tengo ningún deseo de llegar a ser famoso por
otra cosa que por la predicación del evangelio de antaño. Hay
muchos que pueden engañarlos, tocando música nueva. En cuanto a mí,
me corresponde no tener otra música, en ningún momento, más que la
que se escucha en el cielo: “Al que nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados con su sangre..., a él sea gloria e imperio por los
siglos de los siglos” (Apoc. 1:5-6)…
Mis
hermanos, he descubierto en mi larga experiencia que nada conmueve el
corazón como lo conmueve
la cruz de Cristo. Cuando el corazón se ha conmovido y ha sido
herido por la espada de dos filos de la Ley, nada cura las heridas
como el bálsamo que fluye del corazón traspasado de Jesús. La cruz
es vida para el muerto espiritualmente… Cuando vemos que los
hombres se vivifican, convierten y santifican por la doctrina del
sacrificio sustitutivo, podemos llegar con toda razón a la
conclusión de que es la doctrina verdadera de la expiación.
No he conocido a nadie que haya sido llevado a la nueva vida en Dios
y en santidad excepto por la doctrina de la muerte de Cristo a favor
del hombre. Corazones de piedra que nunca antes latieron con vida se
han convertido en carne por medio del Espíritu Santo, causándoles
que conozcan esta verdad… La historia del gran Amante de las almas
de los hombres que se dio a sí mismo para salvación de ellos sigue
siendo, en las manos del Espíritu Santo, la fuerza más poderosa en
la mente…
Primero,
entonces, con la mayor brevedad posible, hablaré de esta gran
doctrina. La gran doctrina, la más grande de todas, es
esta: Dios viendo a los hombres perdidos en razón de su pecado, ha
tomado el pecado de ellos y se los ha cargado a su Hijo unigénito,
haciendo que Aquel que no conocía pecado, fuera pecado por ellos.
Como consecuencia de esta transferencia del pecado, el que cree en
Cristo Jesús es hecho justo y recto, sí, es hecho justicia de Dios
en Cristo. Cristo fue hecho pecado a fin de que los pecadores
pudieran ser justos. Esa es la doctrina de la sustitución de
nuestro Señor Jesucristo a favor de los hombres culpables.
Consideremos,
primero, quién fue
hecho pecado por nosotros. La descripción de nuestro gran
Garante que aquí se presenta abarca solo un punto, y es más que
suficiente para esta meditación. Nuestro sustituto era sin mancha,
inocente y puro. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado”. Cristo Jesús, el Hijo de Dios, se encarnó --se hizo
carne-- y anduvo entre los hombres; no obstante que fue hecho similar
a la carne pecadora, no conoció pecado. Aunque cargó con el pecado,
nunca fue culpable. No era, no podía ser pecador, no tenía
conocimiento personal del pecado. A lo largo de toda su vida nunca
cometió una ofensa contra la gran Ley de la verdad y del bien. La
Ley moraba en su corazón. Era su naturaleza ser santo. Podía
decirle a todo el mundo: “¿Quién
de vosotros me redarguye¹ de pecado?” (Juan 8:46). Aun su juez vacilante preguntó: “¿Qué
mal ha hecho?” (Mat. 27:23). Cuando toda Jerusalén fue retada a
presentar algún testimonio contra él y fue sobornada para ello, no
se encontraron quién lo hiciera. Fue necesario tergiversar sus
palabras para que sus enemigos más acérrimos pudieran falsificar
cargos contra él. Su vida lo puso en contacto con las dos tablas de
la Ley, pero no desobedeció ni siquiera un mandamiento. Así como
los judíos examinaban al cordero pascual2 antes de sacrificarlo,
también los escribas y fariseos, los doctores de la Ley y los
principales y príncipes examinaron al Señor Jesús sin encontrar en
él ninguna ofensa. Era el Cordero de Dios, sin defecto y sin mancha.
Así
como no hubo pecado de comisión, tampoco hubo en nuestro Señor una
falta de omisión³. Es probable, queridos hermanos, que
nosotros que somos creyentes hayamos sido dotados por la gracia
divina de modo que nos libramos de cometer la mayoría de los pecados
de comisión; pero yo, por ejemplo, tengo que lamentar diariamente
los pecados de omisión que cometo. Aun teniendo gracias
espirituales, no alcanzamos el nivel que se requiere de nosotros. Si
hacemos aquello que en sí es bueno, por lo general manchamos nuestra
obra… ya sea por nuestras motivaciones, por la manera de hacerla o
por la autosatisfacción que sentimos por ella cuando la hemos
acabado. Por una razón u otra, no alcanzamos la gloria de Dios.
Olvidamos hacer lo que debemos hacer, o, al hacerlo, somos culpables
de tibieza, de confiar en nosotros mismos, de incredulidad o algún
otro error grave. Pero no era así con nuestro divino Redentor. No
podemos decir que haya habido en su perfecta hermosura algún rasgo
deficiente. Era perfecto en su corazón, sus propósitos, sus
pensamientos, sus palabras, sus hechos, su espíritu… Ninguna perla
ha caído del cordón de plata que es su carácter. Ninguna virtud en
particular ha eclipsado ni empequeñecido a las demás: todas sus
perfecciones se combinan en perfecta armonía para hacerlo una
perfección incomparable.
Tampoco
conoció nuestro Señor un pensamiento pecaminoso. Su
mente nunca produjo un deseo o anhelo malo. Nunca hubo en el corazón
de nuestro bendito Señor un deseo de placer indebido, ni un deseo de
escaparse de ningún sufrimiento o vergüenza que incluía su
servicio. Cuando dijo: “Padre mío, si es posible, pasa de mí esta
copa” no era que se quisiera librar del trago amargo a costa de la
obra perfecta de su vida. Su “si es posible” significaba “si es
consecuente con la obediencia total al Padre, y el cumplimiento de su
propósito divino”. Vemos la debilidad de su naturaleza
disminuyendo y la santidad de su naturaleza resolviendo y venciendo
cuando agrega: “pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat.
26:39). Tomó sobre sí la semejanza de la carne pecadora, pero
aunque su carne con frecuencia le causaba cansancio físico, nunca
produjo en él la debilidad de pecar. Llevó sobre sí nuestras
debilidades, pero nunca mostró una debilidad que tuviera ni siquiera
la más mínima culpabilidad. Nunca tuvieron esos ojos santos una
mirada de maldad. Nunca salieron de sus labios palabras desatinadas.
Nunca anduvieron esos pasos en pos de una misión mala ni se movieron
esas manos hacia un acto pecaminoso. Porque su corazón estaba lleno
de santidad y amor en su interior al igual que en su exterior,
nuestro Señor no tenía mancha alguna. Sus deseos eran tan perfectos
como sus acciones. Escrutado por los ojos de la Omnisciencia, nunca
se encontró en él ni el más mínimo rastro de una falta.
Efectivamente,
no hubo en nuestro Sustituto absolutamente ninguna tendencia hacia el
mal en ninguna de
sus formas. En nosotros, siempre está esa tendencia,
porque tenemos la mancha del pecado original4. Tenemos que gobernarnos
a nosotros mismos, y ejercer un estricto dominio propio, si no, nos
precipitamos hacia la destrucción. Nuestra naturaleza carnal ansía
el mal y necesita ser frenada. Feliz es el hombre que puede
subyugarse a sí mismo. Pero en cuanto a nuestro Señor, era puro,
correcto y cariñoso por su naturaleza. Cada aspecto de su dulce
voluntad tendía a lo bueno. Su vida espontánea era santidad en sí:
Era “Jesús, el niño santo”. El príncipe de este mundo no
encontró en él leña para la llama que deseaba encender. No solo no
brotaba ningún pecado de él, sino que no había ningún pecado en
él, ni inclinación ni tendencia en esa dirección. Observémoslo en
secreto y lo encontramos orando. Miremos su alma, y lo encontramos
ansioso por cumplir y sufrir la voluntad del Padre. ¡Ah, el carácter
bendito de Cristo! ¡Aunque tuviera la lengua de hombres y de
ángeles, no podría yo presentar dignamente su perfección absoluta!
¡Con toda razón puede estar el Padre complacido con él! ¡Muy bien
merece que el cielo lo adore!
Amados,
era absolutamente necesario que cualquiera apto para sufrir en
nuestro lugar fuera sin mancha. El pecador merecedor del castigo por
sus propias ofensas, ¿qué puede hacer más que cargar con la ira
que merece por sus pecados? Nuestro Señor Jesucristo, como hombre,
fue puesto bajo la Ley; pero nada le debía a esa Ley porque
la cumplió a la perfección en todo sentido. Era apto para tomar el
lugar de otros porque no estaba bajo ninguna ley. Su compromiso era
únicamente con Dios porque había tomado sobre sí voluntariamente
el compromiso de ser el Garante y el sacrificio por aquellos que el
Padre le dio. Él mismo era inocente, de otra manera no hubiera
podido comprometerse con hombres culpables.
¡Ah,
cuánto lo admiro! ¡Que siendo tal como era, sin mancha y tres veces
santo, para quien ni los cielos eran puros, y que aun en sus ángeles
notó necedad, no obstante se humilló al punto de ser hecho pecado
por nosotros! ¿Cómo pudo aguantar ser contado entre los
transgresores y cargar el pecado de muchos? Quizá no sea sufrimiento
para un pecador vivir entre pecadores, pero ¡qué gran dolor para el
puro de corazón morar en compañía de disolutos y licenciosos! ¡Qué
sufrimiento sin medida debe haber sido para el Cristo puro y perfecto
morar entre los hipócritas, los egoístas y los blasfemos! ¡Cuánto
peor que él mismo tuviera que cargar con los pecados de esos
culpables! Su naturaleza sensible y delicada ha de haberse retraído
aun de la sombra del pecado, y, sin embargo, leamos las siguientes
palabras y quedemos pasmados de que: “Al que no conoció pecado,
por nosotros lo hizo pecado”. Nuestro Señor perfecto cargó
nuestros propios pecados en su cuerpo en el madero. Él, ante quien
el sol mismo es tenue y el azul puro del cielo es profano, fue hecho
pecado. No necesito encontrar palabras más acertadas para
expresarlo: El hecho mismo es tan grande que no necesita de
ninguna magnificación del lenguaje humano. Dorar el oro refinado
o pintar un lirio sería absurdo, pero mucho más absurdo sería
tratar de adornar con palabras floridas las bellezas incomparables de
la cruz.
Esto
me lleva al segundo punto... ¿qué fue lo que se hizo con él, que
no conoció pecado? Fue “hecho
pecado”. Es una expresión maravillosa: entre más reflexionamos en
ella, más nos maravillamos de su fuerza singular. Sólo el Espíritu
Santo puede originar semejante lenguaje. Fue sabio que el Maestro
divino usara expresiones muy fuertes, porque de otra manera el
pensamiento humano no las hubiera captado. Aun ahora, a pesar del
énfasis, la claridad y la particularidad del lenguaje usado aquí y
en otras partes de las Escrituras, hay hombres tan atrevidos que
niegan esa sustitución que enseñan las Escrituras. Con mentes tan
cerradas, es inútil argumentar. Resulta claro que tal lenguaje no
tiene ningún significado para ellos. Leer el capítulo 53 de Isaías,
aceptar que se relaciona con el Mesías, y luego negar su sacrificio
sustituto es sencillamente maldad. Sería vano razonar con
tales cosas. Son tan ciegos que si fueran transportados al sol
todavía no podrían ver. Dentro de la iglesia y fuera de la iglesia
existe una animadversión mortal en relación con esta verdad. El
pensamiento moderno se esfuerza por apartarse de aquello que es
obviamente el significado del Espíritu Santo que el pecado fue
quitado del pueblo y cargado al inocente. Escrito está: “Más
Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6).
Este es el lenguaje más claro que se puede usar; pero si uno más
claro se necesitase, es este: “Fue hecho pecado por nosotros”.
Dios el Señor cargó sobre Jesús, quien voluntariamente lo
aceptó, todo el peso del pecado humano. En lugar de que
cayera sobre el pecador, quien lo cometió, fue puesto sobre Cristo,
quien no lo cometió. Y la justicia que Jesús consiguió fue
puesta a cuenta del culpable, quien no había trabajado por ella, de
modo que el culpable fuera tratado como justo. Los que por naturaleza
son culpables son considerados justos, mientras que el que por
naturaleza no conocía pecado fue tratado como culpable. Creo que he
leído en decenas de libros que la transferencia es imposible.
Pero esa afirmación no ha tenido ningún efecto sobre mi mente, no
me importa si es imposible o no según eruditos incrédulos.
Evidentemente es posible para Dios, porque así lo ha hecho. Pero
dicen que es contrario a la razón. Eso tampoco me importa. Puede ser
contrario al razonamiento de esos incrédulos, pero no es contrario
al mío… Dios lo dice y lo creo. Y creyéndolo, encuentro en ello
vida y consuelo. ¿Acaso no lo predicaré? Seguramente que lo
haré… Cristo no era culpable y era imposible hacerlo culpable.
Pero fue tratado como si fuera culpable porque tuvo la
voluntad de tomar el lugar del culpable. Efectivamente, no solo fue
tratado como un pecador, sino que fue tratado como si hubiera sido el
pecado mismo en lo abstracto. ¡Esta es una afirmación asombrosa! El
que no tenía pecado fue hecho pecado.
El
pecado le pesó mucho a nuestro gran Sustituto. Sintió
su peso en el Jardín del Getsemaní, donde era “su sudor como
grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Luc. 22:44).
El peso completo lo agobió cuando fue clavado en el ignominioso
madero. Allí en las horas de oscuridad cargó infinitamente más de
lo que podemos expresar. Sabemos que cargó con la condenación de la
boca del hombre, como está escrito: “Fue contado con los
pecadores” (Isa. 53:12)… Fue un escarnio cruel que se desató
sobre su Persona santa. Esto, vuelvo a decirlo: lo sabemos. Sabemos
que sufrió dolores innumerables en su cuerpo y su mente: tuvo sed,
clamó en la agonía de haber sido desertado, sangró, murió.
Sabemos que entregó su alma hasta la muerte y entregó el espíritu.
Pero detrás y más allá de todo esto, había un abismo de
sufrimiento sin fondo. La Liturgia Griega5 habla
apropiadamente de sus “sufrimientos desconocidos”. Es probable
que para nosotros sean sufrimientos imposibles de conocer. Él
era Dios y hombre. La Divinidad le otorgó un poder omnipotente a su
humanidad, de modo que concentrado dentro de su alma y sobrellevado
por ella, había tal angustia que nos es imposible concebir… “Fue
hecho pecado”. Reflexionemos en estas palabras. Captemos su
significado, si podemos. Los ángeles quieren hacerlo. Miremos dentro
de este terrible cristal. Dejemos que nuestra vista se adentre en
este opal, en cuyas profundidades de sus piedras preciosas arden
llamas de fuego. El Señor hizo que el perfectamente Inocente fuera
pecado por nosotros. ¡Eso significa más humillación, tiniebla,
agonía y muerte de las que nos podemos imaginar! Produjo una especie
de distracción y casi la destrucción al espíritu tierno y manso de
nuestro Señor. No digo que nuestro Sustituto haya sufrido el
infierno: eso sería injustificable. No digo que sufrió el castigo
exacto del pecado ni un equivalente. Pero sí digo que lo que
sufrió fue para la justicia de Dios una vindicación de su Ley más
clara y más eficaz de lo que hubiera sido por la condenación de los
pecadores por quienes murió. La cruz es en muchos sentidos una
revelación más plena de la ira de Dios contra el pecado humano que
aun Tofet6 y el “humo del tormento que sube por los
siglos de los siglos” (Apoc. 14:11). El que quiera conocer el
aborrecimiento de Dios por el pecado tiene que ver al Unigénito con
su cuerpo sangrando y su alma sangrando hasta la muerte. Tiene que,
de hecho, enfocar cada palabra de mi texto y captar su significado
más profundo: “Fue hecho pecado por nosotros”. ¡Ah la
profundidad del terror, y sin embargo la altura del amor!... ¡Cuán
aceptables para Dios han de ser aquellos a quienes Dios mismo hizo
que fueran “justicia de Dios en él”! No puedo concebir nada más
completo.
Así
como Cristo fue hecho pecado aunque nunca pecó, así somos nosotros
hechos justicia, aunque no podemos pretender haber sido justos por
nuestros propios medios. Aunque somos pecadores, y nos vemos forzados
a confesarlo con dolor, el Señor nos cubre tan completamente con la
justicia de Cristo que lo único que se ve es su justicia; y somos
hechos justicia de Dios en él. Esto se aplica a todos los santos, a
todos los que creen en su nombre. ¡Ah, el esplendor de esta
doctrina! ¿Puedes verlo, mi amigo? Aunque seas pecador y por ello
corrupto, deformado y vil, si aceptas al gran Sustituto que Dios te
brinda en la Persona de su Hijo amado, tus pecados han sido apartados
de ti y la justicia te ha sido dada. ¡Los pecados fueron cargados a
Jesús, el chivo expiatorio! Ya no son tuyos, él te los ha quitado.
Te digo que su justicia te ha sido imputada a ti, y aún más digo
con el texto, fuiste “hecho justicia de Dios en él”. Ninguna
doctrina puede ser más dulce que esta para los que sienten el peso
del pecado y la carga de su maldición.
—Charles Spurgeon
1
me redarguye – da prueba de mi culpabilidad.
2
cordero pascual – cordero sacrificado durante la celebración
de la Pascua judía.
3
pecado de comisión…omisión –pecado de comisión:
cuando uno hace algo prohibido, o algo que es bueno pero lo hace con
malas intenciones; pecado de omisión:
cuando uno no hace lo que sabe que debe hacer porque es un mandato de
Dios.
4
pecado original – P: ¿En qué consiste la pecaminosidad del
estado en que ha caído el hombre? R: La pecaminosidad del estado en
que ha caído el hombre consiste de la culpabilidad del primer
pecado de Adán, la falta de justicia original y la corrupción de
toda la naturaleza, lo cual se denomina pecado original, junto con
todas las transgresiones que de hecho proceden de él. (Catecismo de
Spurgeon, P. 17)
5
Liturgia griega – rituales usados en el culto público de la
Iglesia Ortodoxa Griega.
6
Tofet – valle de Hinom, donde los judíos sacrificaban a sus
hijos a Moloc.
Sermón predicado el
domingo por la mañana, 18 de julio de 1886 en el Tabernáculo
Metropolitano de Newington, reimpreso por Pilgrim Publications;
disponible de Chapel Library en forma de folleto.
Charles
H. Spurgeon (1834-1892): Pastor inglés; el predicador más leído de
la historia (con excepción de los libros de la Biblia). Nació en
Kelvedon, Essex, Inglaterra.
Puedes encontrar más materiales de edificación en formato pdf en la pagina de Chapel Library:
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