“Al
que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros
fuésemos
hechos justicia de Dios en él”. —2 Corintios 5:21
Les
traigo ahora… la gran filosofía de la salvación, el misterio
escondido, el gran secreto, el
maravilloso
descubrimiento que el evangelio trae a luz: cómo Dios es justo y aun
así el justificador de
los impíos (Rom. 3:26). Volvamos a leer el texto para luego proceder
a discutirlo… “Al que no conoció
pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él”.
Notemos
la doctrina… Hay tres personas mencionadas en el texto. “Al que
no conoció pecado (Cristo), [Dios] lo hizo pecado por
nosotros (los pecadores) para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él”. Antes de poder comprender el plan de
salvación, nos es necesario conocer algunas cosas acerca de estas
tres personas. A menos que las comprendamos en alguna medida, para
nosotros, la salvación nos resulta imposible.
1.
El primero: Dios. Sepan todos lo que Dios es. Dios
es un Ser muy diferente de lo que algunos suponen.
El Dios del cielo y de la tierra, el Jehová de Abraham, Isaac y
Jacob, Creador y Preservador, el Dios de las Sagradas Escrituras y el
Dios de toda gracia, no es el Dios que algunos se fabrican y adoran.
¡Hay quienes en este país, supuestamente cristiano, adoran a un
dios que nos es más Dios que lo son Venus1 o Baco2!
Un dios fabricado según su parecer, uno ni de piedra o madera, sino
formado por sus propios pensamientos, de una materia prima tan baja
que ni siquiera un pagano hubiera intentado usarla. El Dios de las
Escrituras tiene tres grandes atributos, todos ellos implícitos en
el texto.
El
Dios de las Escrituras es un Dios soberano. Es decir, es un Dios que
tiene autoridad absoluta y poder
absoluto para hacer exactamente lo que le plazca. Por sobre Dios no
hay ninguna ley, ni en él ninguna
obligación. No conoce otro gobierno sino el de su voluntad libre y
poderosa. Aunque no puede ser injusto y no puede hacer nada que no
sea bueno, su naturaleza es absolutamente libre, porque la bondad es
la prerrogativa de la naturaleza de Dios. Dios no puede ser
controlado por la voluntad del hombre, los deseos del hombre ni por
el destino en el que cree el supersticioso. Él es Dios, haciendo lo
que es su voluntad en las huestes del cielo y en este mundo terrenal.
Él es, también, el que no le rinde cuentas a nadie acerca de sus
asuntos. Hace a sus criaturas lo que escoge hacerlas y hace con ellas
lo que le place. Si alguno resiente sus acciones, les dice: “Mas
antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?
¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho
así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de
la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Rom.
9:20-21). Dios es bueno, pero Dios
es soberano,
absoluto, no existe nada que pueda controlarlo. El monarca de este
mundo no tiene una monarquía constitucional y limitada. No es
tirana, pero está totalmente en las manos de un Dios omnipotente. Y
lo recalco: no está en las manos de nadie más que las de él…
Este es el Dios de la Biblia. Este es el Dios que adoramos. No es un
Dios débil, pusilánime, controlado por la voluntad del hombre, que
no puede gobernar la barca de la providencia, sino un Dios
inalterable, infinito y sin fallas. Este es el Dios que adoramos: Un
Dios tan infinitamente superior a sus criaturas, tan superior como
los pensamientos más superiores que puedan existir, y aun más
superior que ellos.
1
Venus –
mitología romana: diosa del amor y la belleza física.
2
Baco o Dionisio –
mitología griega y romana: dios del vino y del éxtasis.
Además,
el Dios mencionado aquí es un Dios de justicia infinita. Que es un
Dios soberano, lo compruebo
por las palabras que dicen que a Jesús lo hizo pecado. No podía
haberlo hecho si no hubiera sido soberano. Que es un Dios justo, lo
infiero de mi texto, dado que el camino de salvación es un plan
maravilloso para satisfacer la justicia. Y declaramos ahora que el
Dios de las Sagradas Escrituras es un Dios de justicia inflexible. No
es el dios que algunos de ustedes adoran. Adoran a un dios que hace
la vista gorda a pecados grandes. Creen en un dios que llama
pecadillos y faltas pequeñas a sus delitos.
Algunos
de ustedes adoran a un Dios que no castiga el pecado, sino que es
misericordioso por debilidad, y tan eternamente débil que hace caso
omiso de las transgresiones e iniquidades y nunca las castiga. Creen
en un dios quien, si el hombre peca, no demanda castigo por su
ofensa. Piensan que un puñado de buenas obras lo calmará, que es un
gobernante tan débil que unas pocas palabras dichas delante de él
en oración les dará suficientes méritos para revertir la
sentencia, si en efecto creen que alguna vez dictará una sentencia.
El dios de ustedes no es
ningún Dios… El Dios de la Biblia es tan severo como si no fuera
misericordioso, y tan justo que pareciera que no conociera lo que es
la gracia; pero por otro lado es tan generoso con su gracia y
misericordia que parecería que no fuera justo. Y un
pensamiento más aquí con relación a Dios, sin el cual no podemos
establecer nuestra discusión sobre una base segura.
El
Dios mencionado aquí es un Dios de gracia. ¡No creo
contradecirme al decir esto! El Dios inflexiblemente
severo y que nunca perdona el pecado sin castigar es, no obstante, un
Dios de amor ilimitado.
Aunque como Gobernante castiga, siendo el Dios-Padre, le place
bendecir. “Vivo yo, dice Jehová
el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el
impío de su camino, y que viva” (Eze. 33:11). Dios es amor en su
máxima expresión. Es amor expresado con aún más amor. El amor no
es Dios, pero Dios sí es amor. Está lleno de gracia; es la
plenitud de misericordia, se deleita en la misericordia. Como son más
altos los cielos que la tierra, así son sus pensamientos de amor más
altos que nuestros pensamientos de desconsuelo; y sus sendas de
gracia más que nuestras sendas de temor. Este Dios, en quien estos
tres atributos ––soberanía ilimitada, justicia inflexible y
gracia insondable—armonizan y componen los atributos principales
del Dios único de los cielos y de la tierra, es el Dios a quienes
los cristianos adoran. Es este Dios ante quien hemos de
comparecer. Él fue el que hizo que Cristo fuera pecado por nosotros,
aunque no conocía pecado. Esta es la presentación que hacemos de la
primera persona.
2.
La segunda persona de nuestro texto es el Hijo de Dios,
Cristo, quien no conoció pecado. Es el Hijo de Dios, engendrado del
Padre antes de todos los mundos; engendrado, pero no hecho; siendo
igual al Padre, teniendo los mismos derechos, coeterno y coexistente.
¿Es el Padre todopoderoso? Igual de todopoderoso es el Hijo. ¿Es el
Padre infinito? Igual de infinito es el Hijo. Es Dios verdadero del
verdadero Dios, teniendo una dignidad no inferior al Padre, sino
siendo igual a él en todo sentido, ¡Dios sobre todas las cosas,
bendito por los siglos! (Rom. 9:5). Jesucristo es también el hijo de
María, un hombre similar a nosotros; un hombre sujeto a todas las
debilidades de la naturaleza humana, excepto las debilidades del
pecado; un hombre de sufrimiento y de aflicción, de dolores y
padecimientos, de ansiedades y temores, de angustias y de dudas, de
tentaciones y de pruebas, de debilidad y muerte. Fue un hombre como
nosotros, carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos.
Ahora,
la Persona que quiero presentarles es este ser complejo: Dios y
hombre. No Dios humanizado, ni hombre deificado, sino
Dios, pura y esencialmente Dios; hombre, puramente hombre; hombre, no
más que hombre; Dios, no menos que Dios; los dos juntos en una unión
sagrada: el Dios-Hombre… Nuestro texto dice que no conoció pecado.
No dice que no cometió pecado. Eso ya lo sabemos. Aquí dice
más que eso: No conocía pecado. No sabía lo que era el
pecado. Lo veía en los demás, pero no lo conocía por experiencia.
Le era totalmente extraño. No dice solo que en su corazón no había
pecado, sino que no lo conocía. No era ningún conocido de
él. Él era un conocido del dolor, pero no era un conocido del
pecado. No conocía ningún pecado de ninguna clase, ningún
pensamiento pecaminoso, ningún pecado de nacimiento, ninguna
transgresión original ni en la práctica; Cristo jamás cometió un
pecado con su lengua ni con sus manos. Era puro, perfecto, sin
mancha, como su propia divinidad, sin mancha ni imperfección, ni
nada semejante. Esta Persona llena de gracia es la que menciona el
texto… Ahora tengo que presentarles a la tercera persona: No la voy
a defender mucho.
3.
La tercera persona es el pecador. ¿Y dónde está? Cada uno de
ustedes, ¿puede mirar dentro de sí mismo y buscarlo? No estará muy
lejos. Ha sido un alcohólico, se ha embriagado, ha andado de juerga
y cometido otras acciones parecidas. Sabemos que el hombre que comete
estas cosas no tiene herencia en el reino de Dios. Existe aquel otro,
él ha tomado el nombre de Dios en vano… ¡Ah! Allí está
el pecador. ¿Dónde está? Lo veo con lágrimas en los ojos, lo oigo
exclamar entre sollozos: “¡Señor, aquí estoy!” Me parece ver a
una mujer entre nosotros. Algunos quizá la hayamos acusado, y allí
esta parada sola, temblando y sin decir nada para defenderse ¡Oh!
que el Maestro diga: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”
(Juan 8:11). Creo, tengo que creer, que entre tantos miles, escucho
un corazón palpitante. Y ese corazón, acompaña con sus rápidos
latidos su clamor: “Pecado, pecado, pecado, ira, ira, ira, ¿cómo
puedo conseguir liberación?” ¡Ah! Tú eres aquel hombre,
rebelde de nacimiento. Nacido en el mundo como un pecador, has sumado
a esto la culpabilidad de tus propias transgresiones. Has quebrantado
los mandamientos de Dios, has despreciado el amor de Dios, has
pisoteado su gracia, y has seguido así hasta ahora; la flecha del
Señor te está debilitando. Dios te ha hecho temblar. Te ha hecho
confesar tu culpa y tu transgresión. Escúchame, entonces, si tus
convicciones son la obra del Espíritu de Dios: tú eres la persona a
quien va dirigida el texto cuando dice: “Al que no conoció pecado,
por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros” sí, tú,
“fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
He
presentado a las personas, y ahora debo presentar la escena del gran
intercambio que tiene lugar según el texto. La
tercera persona que presentamos es el prisionero ante el tribunal.
Dios lo ha llamado como pecador para que comparezca ante él. Se
dispone a juzgarlo para vida o para muerte. En su gracia, Dios quiere
salvarlo. Dios es justo, y tiene que castigarlo. El pecador será
juzgado. Si el veredicto es en su contra, ¿cómo obrarán estos dos
atributos conflictivos en la mente de Dios? Él ama, quiere salvarlo.
Él es justo, ¡tiene que destruirlo! ¿Cómo se develará este
misterio y cómo se resolverá este rompecabezas? Prisionero ante el
tribunal, ¿puedes declararte “No culpable”? Permaneces mudo, o
si hablas, exclamas:
“¡Soy culpable!”
Entonces,
si se ha declarado culpable, no hay esperanza de que haya alguna
falla en la evidencia. Aun si se ha declarado “no culpable”, las
evidencias son muy claras. Dios el Juez ha visto su pecado y
registrado todas sus iniquidades, por lo que no habría ninguna
posibilidad de escapar. Es seguro que el prisionero será encontrado
culpable. ¿Cómo puede escapar de su culpa? ¿Hay algún error en
los cargos en su contra? ¡No! Han sido redactados por la sabiduría
infinita y dictaminados por la justicia eterna. Aquí no hay nada de
esperanza… ¿Cómo, entonces, podrá escapar el prisionero ante el
tribunal? ¿Existe posibilidad alguna? ¡Ah! ¡Qué intrigado
está el cielo! ¡Qué inmóviles permanecen las estrellas en su
asombro! ¡Cómo interrumpieron por un instante los ángeles su canto
cuando por primera vez Dios mostró como podía ser justo y también
extender su gracia! ¡Ah! Me parece percibir que el cielo está
consternado y que hay silencio en el tribunal de Dios por
espacio de una hora, cuando el Todopoderoso dice: “¡Pecador, tengo
que castigarte y lo haré debido a tu pecado! Pero te amo, con amor
entrañable. Mi justicia dice: ‘Hiere’, pero mi amor detiene mi
mano, y dice: ‘¡Absuélvelo, absuelve al pecador!’ ¡Oh,
pecador! ¡Mi corazón ha concebido cómo hacerlo! Mi Hijo, el puro y
perfecto comparecerá en tu lugar y será declarado culpable, y tú,
el culpable, ¡tomarás el lugar de mi Hijo y serás declarado
justo!” ¡Saltaríamos de asombro si pudiéramos entender esto
totalmente, el misterio maravilloso de la transposición3 de
Cristo y el pecador! Lo diré más claramente para que todos puedan
comprender: Cristo era sin mancha, los pecadores eran viles. Cristo
dice: “Padre mío, trátame a mí como si yo fuera un
pecador. Trata al pecador como si él fuera Yo. Hiéreme todo
lo que quieras, porque yo lo soportaré. De este modo el [corazón]
de tu amor podrá desbordarse de gracia, y no obstante tu justicia
será perfecta, porque el pecador ahora ya no es pecador”. Ahora
ocupa él el lugar de Cristo, y vestido con las vestiduras del
Salvador, es aceptado.
3
transposición – alterar el orden.
¿Dirán
ustedes que un intercambio como este es injusto? ¿Dirán que Dios no
debió haber hecho que su Hijo fuera un sustituto por nosotros y que
no debió dejarnos en libertad? Les recuerdo que la sustitución fue
puramente voluntaria de parte de Jesús. Cristo estuvo
dispuesto a ocupar nuestro lugar. Tuvo que beber la copa de nuestro
castigo, pero estuvo muy dispuesto a hacerlo. Deseo contarles una
cosa más inaudita: la sustitución de Cristo no fue contra la ley
porque fue el Dios soberano quien lo hizo un sustituto… la
sustitución fue hecha por la máxima autoridad. El texto dice que
Dios “por nosotros lo hizo pecado”, y el que Cristo tomara
nuestro lugar no fue un intercambio ilegal. Fue con el consejo
determinante del Dios todopoderoso, al igual que por su propio
consentimiento, que Cristo tomó el lugar del pecador, así como el
pecador ahora toma el lugar de Cristo… el pecador es tratado como
si fuera Cristo, y Cristo tratado como si fuera pecador. Eso es lo
que el texto significa: “Al que no conoció pecado, por nosotros
[Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de
Dios en él”. Les daré [una ilustración] de esto… tomada del
Antiguo Testamento. Cuando en la antigüedad los hombres se
presentaban ante Dios con pecado, Dios proveía un sacrificio que
venía a ser representativo de Cristo, ya que el sacrificio moría en
lugar del pecador. La Ley decía: “el que pecare morirá”. Cuando
alguien cometía un pecado, traía un novillo o una oveja ante el
altar. El que había pecado colocaba la mano sobre la cabeza del
animal y admitía su culpa. Por ese acto, su culpa era típicamente
quitada de él, la
cual pasaba al animal. Entonces el pobre animal que no había hecho
nada malo, era sacrificado y echado
en el fuego como una ofrenda por el pecado que Dios había rechazado.
Esto es lo que cada pecador
tiene que hacer con Cristo si ha de ser salvo. El pecador por fe
viene y coloca su mano sobre la cabeza de Cristo. Al confesar todo su
pecado, ya deja de ser de él, se le carga a Cristo. Cristo
cuelga del madero. Sufre la muerte de cruz y el oprobio, de modo que
todo el pecado se ha ido y ha sido arrojado a las profundidades del
mar… Ahora, todo aquel que cree en Cristo Jesús tiene paz con Dios
porque: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Ahora,
terminaré mi explicación del texto pidiéndoles sencillamente que
recuerden las consecuencias de esta gran sustitución. Cristo fue
hecho pecado. Nosotros somos hechos justicia de Dios. Fue en el
pasado, mucho antes aun de lo que pueden recordar los ángeles… El
Padre y el Hijo hicieron un pacto eterno, en el que el Hijo
estipulaba que sufriría por sus escogidos. El Padre por su parte,
pactó justificarlos por medio de su Hijo. ¡Oh, maravilloso pacto,
tú eres la fuente de todas las corrientes del amor expiatorio! La
eternidad siguió su curso, comenzó el tiempo y con este, pronto
llego la Caída. Después de muchos años, llegó el cumplimiento del
tiempo, y Jesús se preparó para cumplir su compromiso solemne. Vino
al mundo y fue hecho hombre. Desde ese momento, cuando fue hecho
hombre, notemos el cambio en él. Antes, había sido totalmente
feliz. Nunca se había sentido abatido, nunca triste. Pero ahora se
inician los efectos de aquel terrible pacto que había hecho con
Dios: su Padre comienza a descargar sobre él su ira.
“¡Cómo!”
dicen ustedes. “¿De verdad considera Dios a su Hijo como pecador?”
Sí, lo hace. Su Hijo acordó
ser el sustituto, tomar el lugar del pecador. Dios comienza con él
cuando nació. Lo pone en un pesebre. Si lo hubiera considerado un
hombre perfecto, le hubiera provisto un trono. Pero considerándolo
pecador, lo sujeta a aflicciones y pobreza desde principio hasta el
fin. Ahora, véanlo ya adulto. Véanlo, los sufrimientos lo
persiguen, también las aflicciones. Sufrimiento, ¿por qué
persigues al Perfecto? ¿Por qué persigues al Inmaculado? Justicia,
¿por qué no ahuyentas estos sufrimientos?... Llega la respuesta:
“Este hombre es puro, pero se ha hecho impuro al cargar con los
pecados de su pueblo”. Es imputado como culpable y la propia
imputación de culpabilidad hace aflorar el sufrimiento en toda su
realidad. Al fin, veo venir la muerte con más de sus acostumbrados
horrores. Observo al nefasto esqueleto con su dardo bien afilado.
Detrás de él veo el Infierno. Observo subir de su lugar de tormento
al nefasto príncipe de las tinieblas y a todos sus vengadores. Los
observo atacando al Salvador. Observo su terrible lucha con él en el
jardín. Lo veo a él, tirado allí revolcándose en su sangre,
temeroso de la muerte del alma. Lo veo dolido y triste. Camina hacia
tribunal de Pilato. Observo cómo se burlan de él y cómo lo
escupen. Lo contemplo atormentado, maltratado y blasfemado. ¡Lo
veo clavado en la cruz! Observo que las burlas continúan y que la
vergüenza sigue con toda intensidad. ¡Me doy cuenta que tiene una
sed desesperante, y lo escucho quejarse porque Dios lo ha abandonado!
¡Estoy consternado! ¿Puede ser esto justo, que un ser
perfecto sufra de este modo? Oh Dios, ¿dónde estás que permites de
este modo la opresión del inocente? ¿Has dejado de ser el Rey de
Justicia? Si no, ¿por qué no proteges al Perfecto? La respuesta
llega: “Silencio. Él es perfecto en sí mismo, pero ahora él
es pecador. Está ocupando el lugar del pecador. La culpa del
pecador está sobre él; por lo tanto, es correcto, es justo, es lo
que él mismo acordó hacer, ser castigado como si fuera un pecador,
y ser rechazado, morir y descender al Hades sin bendición, sin
consuelo, sin ayuda, sin honor y sin dueño. Este fue uno de los
efectos del Gran Intercambio que Cristo hizo.
Ahora
consideremos el otro aspecto de la pregunta, y con esto termino mi
explicación. ¿Cuál fue el efecto
en nosotros? ¿Vemos a aquel pecador jugando con la lascivia,
ensuciando sus vestiduras con todos los pecados en que la carne ha
caído? ¿Lo escuchamos maldecir a Dios? ¿Lo notamos desobedeciendo
cada ordenanza que Dios considera sagrada? ¿Lo vemos después
buscando su camino al cielo? Ha renunciado a estos pecados. Se ha
convertido y ya no los comete. ¡Va camino al cielo! Justicia, ¿estás
dormida? ¡Ese hombre ha quebrantado tu Ley! ¿Merece ir al cielo?
¡Escuchen como los demonios salen de las profundidades y claman:
“¡Ese hombre merece estar perdido! ¡Quizá no sea ahora lo que
era antes, pero sus pecados del pasado deben ser vengados!” Pero
allá va seguro camino al cielo, y lo veo mirando hacia atrás a los
demonios que lo acusan. Exclama: “¿Quién acusará a los escogidos
de Dios? Dios es el que justifica” (Rom. 8:33). Y cuando nos parece
que todo el infierno se levantaría y lo acusaría, el tirano nefasto
guarda silencio. ¡Los demonios nada tienen que decir! Lo veo
levantando su rostro al cielo al trono de Dios, y lo oigo clamar:
“¿Quién es el que condena?”... ¡Ah! Justicia, ¿dónde estás?
Este hombre ha sido un pecador, un rebelde. ¿Por qué no lo golpeas
hasta caer en el polvo? “No”, dice la Justicia, “él ha
sido un pecador, pero yo ahora no lo veo así. He castigado a Cristo
en su lugar. Ese pecador ya no es pecador: es perfecto”. ¿Como?
¿Perfecto? Perfecto, porque Cristo fue perfecto. Lo veo como
si fuera Cristo… Este, para los pecadores, es el maravilloso
resultado del Gran Intercambio.
—Charles
Spurgeon
De
un sermón predicado el domingo por la mañana, 19 de julio, 1857, en
el Music Hall, Royal Surrey Gardens.
¡Oh
bendito Señor! En el momento de creer y morir en Jesucristo, tú
justificaste todos mis pecados en el tribunal de gloria, tanto mi
culpa como mi castigo. En cuanto creí, me perdonaste todos mis
pecados, me perdonaste todas mis iniquidades, borraste todas mis
transgresiones y en el momento de creer curaste todos mis pecados; en
el momento de creer me libraste del estado de condenación y me
mostraste la importancia de la gran salvación. Cuando por primera
vez creí, fui unido a Jesucristo, y fui arropado con la justicia de
Cristo, la cual cubrió todos mis pecados y me libró de todas mis
transgresiones. Oh Señor, recuerda que en el preciso instante de mi
disolución tú realmente, perfectamente, universalmente y
definitivamente me perdonaste todos los pecados. —Thomas Brooks
Sí
murió. Sí entregó su vida. Sí hizo de su alma una ofrenda por mis
pecados. Sí fue hecho maldición. Sí sufrió tu ira infinita. Sí
satisfizo completamente y compensó totalmente tu justicia por todos
mis pecados, deudas y transgresiones. ¡Esta es mi apelación,
oh, Señor! Con esta apelación me presento. –Thomas Brooks
Puedes encontrar más materiales de edificación en formato pdf en la pagina de Chapel Library:
Sí murió. Sí entregó su vida. Sí hizo de su alma una ofrenda por mis pecados. Sí fue hecho maldición. Sí sufrió tu ira infinita. Sí satisfizo completamente y compensó totalmente tu justicia por todos mis pecados, deudas y transgresiones. ¡Esta es mi apelación, oh, Señor! Con esta apelación me presento.
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