Gran parte de los errores, herejías y doctrinas falsas tan comunes en nuestro tiempo, se originan y tienen su causa en ideas poco claras y poco profundas sobre el pecado. Si una persona no se ha dado cuenta de la peligrosa naturaleza de la enfermedad de su alma, no nos extrañe que se contente con remedios falsos o imperfectos.
Una de las necesidades
más imperiosas de nuestro siglo ha sido, y es, la de una enseñanza
más clara y completa de lo que es el pecado.
Acordémonos siempre de
que la pecaminosidad del hombre no viene de fuera, sino que brota del
interior de su corazón. No es el resultado de una formación
deficiente en la infancia; no se debe a las malas compañías y a los
malos ejemplos, como muchos cristianos débiles con demasiada
indulgencia conceden. ¡No! Es una enfermedad familiar que todos
hemos heredado de nuestros primeros padres Adán y Eva, con la cual
hemos nacido.
El más hermoso de los
bebés que haya nacido este año, y que se ha convertido en el centro
de los afectos y atenciones de la familia, no es, como favoritamente
lo llama su madre, un ‘pequeño ángel’ o un ‘pequeño
inocente’, sino un ‘pequeño pecador’. ¡Ah! Por mucho que
sonría y se mueva en la cunita, pensad que en su corazón lleva las
semillas de la iniquidad. Vigiladle estrechamente mientras crece en
estatura y su mente se desarrolla, y pronto descubriréis en él una
tendencia constante hacia aquello que es malo, y un alejamiento de
todo aquello que es bueno. Descubriréis en él los brotes y los
orígenes del engaño, de un temperamento malo, del egoísmo, de la
voluntad propia, de la obstinación, de la avaricia, de la envidia,
de los celos y de las pasiones que, de no ser reprimidas y
controladas a tiempo, se desarrollarán con dolorosa rapidez. ¿Quién
enseñó al niño estas cosas? ¿Dónde las aprendió? Sólo la
Biblia puede dar respuesta a estas preguntas.
Qué poco nos damos
cuenta de la astucia del pecado! Somos demasiado propensos a olvidar
que la tentación al pecado raramente se presentará a nosotros en
sus colores verdaderos, y diciéndonos: ‘Yo soy vuestro enemigo
mortal y deseo vuestra ruina eterna en el infierno’ ¡Oh, no! La
tentación se acerca a nosotros como Judas, con un beso; y como Joab,
con mano amiga y palabras aduladoras.
Estoy persuadido de que
cuanta más luz se tiene, más se llega a ver la pecaminosidad del
corazón; de ahí que cuanto más cerca esté el creyente del cielo
más debe revestirse de humildad.
La mejor manera de
subsanar un cristianismo endeble, es predicar y llevar a primer plano
la vieja doctrina bíblica de la pecaminosidad del pecado. La gente
no volverá sus rostros hacia el cielo, hasta que no llegue a
experimentar la realidad del pecado y el peligro del infierno.
Esforcémonos para predicar en todas partes está olvidada doctrina
del pecado.
Confrontemos a la gente
con la ley. Expongamos los Diez Mandamientos y golpeemos las
conciencias con la amplitud, profundidad y altura de sus
requerimientos. Esto fue lo que hizo el Señor Jesús en el Sermón
del Monte; y lo mejor que nosotros podemos hacer es imitarle. La
gente nunca acudirá verdaderamente a Jesús, permanecerá con Jesús
y vivirá con Jesús, a menos que vea su necesidad y sepa por qué ha
de acudir. Las almas que verdaderamente acuden a Jesús, son aquellas
a las que el Espíritu Santo ha dado convicción de pecado. Sin una
convicción genuina de pecado los hombres podrán actual como si en
verdad siguieran a Jesús, pero tarde o temprano volverán al mundo.
Cuando un pecador ve su
pecado lo único que desea ver es al Salvador. Experimenta sobre sí
los efectos de una enfermedad terrible, y sólo el gran Médico puede
curar sus dolencias. Tiene hambre y sed, y desea el agua de vida y el
pan de vida. No tendríamos tanto romanismo en nuestro país si en
los últimos veinticinco años la doctrina de la pecaminosidad del
pecado hubiera sido predicada.
el concepto bíblico del
pecado viene a ser un antídoto admirable contra el concepto tan
pobre que hoy en día se tiene de la santidad personal. Ya sé que
este tema es muy delicado y doloroso, pero no por ello lo pasaré por
alto. Ya desde hace tiempo, mi triste convicción es de que la regla
de vida diaria ha ido descendiendo y va empobreciéndose cada vez más
entre los que profesan ser creyentes. Mucho me temo que aquella
caridad a la semejanza de Cristo, aquella amabilidad y buen
temperamento, aquel desinterés y mansedumbre, aquel celo y deseo de
hacer el bien, aquella consagración y separación del mundo, que
eran tan apreciadas por nuestros antepasados, en nuestro tiempo, no
tienen la estima que deberían tener.
No pretendo desarrollar
exhaustivamente las causas que han ocasionado este estado de cosas,
sino que haré algunas conjeturas para la consideración del lector.
Quizá se deba a que cierta profesión de fe religiosa se ha puesto
tan de moda y fácil, que las corrientes que eran estrechas y
profundas ahora se han ensanchado y perdido profundidad; lo que se ha
ganado en apariencia externa, se ha perdido en calidad. Quizá se
deba a la prosperidad material registrada en los últimos veinte años
y que ha introducido en el cristianismo una plaga mundana de
indulgencia propia y ‘amor a la buena vida’. Lo que antes eran
lujos, ahora son necesidades; la abnegación y el espíritu de
sacrificio ahora casi se desconocen. Quizá la gran controversia
religiosa de nuestro tiempo haya secado la vida espiritual de muchos.
A menudo nos hemos contentado con mostrar celo por la pureza
doctrinal del Evangelio y hemos descuidado las sobrias realidades de
una vida de piedad. Sean cuales sean las causas, los resultados
permanecen: el nivel de santidad personal del creyente ha bajado, y
¡el Espíritu Santo está siendo contristado! Todo esto requiere,
por nuestra parte, una sincera y profunda humillación y un examen de
corazón.
No
es necesario ir a Egipto o adoptar prácticas semi-romanas para
reavivar nuestra vida espiritual. No hay necesidad de que instauremos
de nuevo el confesionario o volvamos al monasticismo y al ascetismo.
¡Nada de eso! Debemos, simplemente, arrepentirnos y hacer nuestras
primeras obras; debemos acudir de nuevo a las ‘sendas antiguas’.
Debemos arrodillarnos humildemente en la presencia de Dios, y mirar
de frente a lo que el Señor Jesús llama pecado y a lo que el Señor
Jesús llama ‘hacer su voluntad’. Démonos entonces cuenta de que
es terriblemente posible vivir una vida despreocupada, fácil y medio
mundana, y mantener, al mismo tiempo, principios evangélicos y
considerarnos evangélicos.
A
simple vista parece experimentarse en nuestro tiempo un creciente
deseo de santidad. Las conferencias para promover una vida de
santidad son muy comunes y frecuentes. El tema de la ‘vida
espiritual’ es el de muchos congresos y el de muchas reuniones y ha
despertado interés general en nuestra nación. De ello deberíamos
alegrarnos. Todo movimiento que, basado en sanos principios, tenga
como meta profundizar las raíces de nuestra vida espiritual y
aumentar la santidad personal, vendrá a ser una verdadera bendición
para nuestras iglesias, hará mucho para reunir a los cristianos y
salvar las tristes divisiones entre los creyentes. Puede traernos un
derramamiento fresco de la gracia del Espíritu y venir a ser vida
para los muertos. Pero tal como dije al principiar este escrito, si
queremos edificar alto, primero debemos cavar hondo; y estoy
convencido de que el primer paso para conseguir una santidad de vida
más elevada consiste en darse cuenta de la terrible pecaminosidad
del pecado.
J.C. Ryle
Compartido por Alian Zamora Hernández compartido tambien en la pagina de la Iglesia Bautista Sola Escritura de la cual es uno de los administradores puedes encontrar mas material de edificación en su pagina.
Amén, que buen artículo. Una de las causas principales de este problema es que hemos olvidado la ley en la predicación del evangelio. Porque dijo el apóstol Pablo: "... Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás." Romanos 7:7. Y también:
ResponderEliminar"...por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso." Romanos 7:13.
Asi es , excelente su comentario Gloria al Señor .
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