El
carácter de la verdadera oración
Habacuc
expresa en forma de oración la revelación que Dios le dio. No
obstante, esta oración es al mismo tiempo una maravillosa pieza de
poesía titulada: «Oración del profeta Habacuc, sobre Sigionot».
Fue una oración acompañada de música, ni triste ni alegre, sino
expresiva de una profunda emoción. No hay duda de que el profeta fue
movido hasta las fibras más profundas de su ser con emociones
conflictivas, pero predominaron aquellas de triunfo y victoria.
Todo
el capítulo es un registro de la oración del profeta. La oración
es más que una simple petición, e incluye alabanza, agradecimiento,
reminiscencia y adoración. El recuento de la historia tal como lo
hace el profeta es, con frecuencia, una parte esencial de la oración.
Las grandes oraciones de la Biblia, son aquellas que los hombres han
efectuado, recordándole a Dios lo que él ha hecho en el pasado.
Basaron sus peticiones sobre esos hechos, de manera que todo este
capítulo constituye una gran oración.
El
segundo verso de este capítulo es un modelo de lo que debe ser la
actitud de un cristiano en un tiempo de crisis o adversidad. Hoy nos
enfrentamos a una situación mundial que bien puede conducir a los
creyentes de mente espiritual a pensar en este libro de Habacuc.
Nuestro problema vuelve a ser: ¿Por qué no interviene Dios? ¿Por
qué permite Dios estas cosas? ¿Por qué es que los impíos tienen
tanto éxito? ¿Por qué no desciende Dios para avivar a su Iglesia?
Ante estas situaciones nuestra actitud debe ser la misma del profeta.
¿Lo es en verdad? ¿Lo fue durante los oscuros días de guerra? Hay
ciertos peligros sutiles que siempre amenazan al creyente de la misma
manera que lo hicieron con el profeta Habacuc. El diablo como «un
ángel de luz», procura sacar ventaja de cualquier perplejidad
nuestra, y nos hace mirar a lo que no corresponde y torcer de esta
manera, nuestra actitud hacia Dios. Aquí tenemos delante nuestro la
actitud que debe caracterizar al cristiano en un tiempo de adversidad
y de prueba.
Elementos
esenciales en la oración verdadera
Humillación
En
primer lugar notamos cómo el profeta se humilló a sí mismo, o sea,
su actitud de humillación. «Oh, Jehová, he oído tu palabra, y
temí. Oh, Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio
de los tiempos hazla conocer». Ya no es la actitud de alguien que
alterca con Dios o de quien lo cuestiona acerca de lo que permitió
que ocurriera como puede apreciarse en los primeros capítulos. Ni
siquiera protesta por lo que Dios le ha dicho. De la perplejidad
intelectual ha progresado a una convicción espiritual. Tampoco apela
a Dios para que invierta su propósito de juicio. Menos aún existe
un pedido para que Dios detenga su mano del juicio y perdone a
Israel. Sí, observamos en el profeta un reconocimiento de que la
decisión de Dios para con su pueblo, es perfecta; que Dios es
absolutamente justo y que el castigo para Israel está bien merecido;
todo esto refleja una completa sumisión a la voluntad de Dios (1).
No hay ningún esfuerzo por defender a Israel o a sí mismo, sino una
franca confesión de pecado y un reconocimiento de la justicia,
santidad y rectitud de Dios. Como Daniel dice: «Nuestra es la
confusión de rostro». No queda un solo vestigio de justicia propia,
sino un completo reconocimiento de pecado y total sumisión al juicio
de Dios que se avecina sobre la nación.
¿Cómo
llegó Habacuc a esta posición? Al parecer, ocurrió cuando dejó de
pensar en su propia nación, o en los caldeos, y contempló sólo la
santidad y la justicia de Dios contra el oscuro fondo del pecado en
el mundo. Nuestros problemas con frecuencia se pueden rastrear en
nuestra insistencia en mirar al problema inmediato según nuestra
propia óptica, en lugar de observarlo a la luz de Dios. Mientras
Habacuc estaba mirando a Israel y a los caldeos, estuvo turbado.
Ahora los ha dejado de lado y sus ojos se han fijado en Dios. Ha
vuelto a la esfera espiritual de la verdad, de la santidad de Dios,
del pecado en el hombre y el mundo, de manera que puede ver los
eventos en una perspectiva completamente nueva. Ahora se ocupa de la
gloria de Dios y no de otra cosa. Tuvo que olvidar que los caldeos
eran peores pecadores que los judíos, y reconocer que Dios los iba a
utilizar a pesar de plantear un problema tan complejo. Esa actitud le
había hecho olvidar el pecado de su propia nación, por eso se
concentró en los pecados de otros, los cuales aparentaban ser más
graves. Mientras permanecía en esta actitud, quedó en la
perplejidad, descontento en su mente y corazón. Sin embargo, el
profeta fue levantado completamente de ese estado para ver la
maravillosa visión de Dios en su santo templo, y la humanidad
pecaminosa y todo el universo debajo de él. Al ver los hechos de
esta manera, la distinción entre israelitas y caldeos se tornó en
algo sin importancia. Ya no era posible considerar la exaltación ya
sea como nación o como individuo. Cuando las circunstancias se
observan desde un punto de vista espiritual, sólo puede haber un
reconocimiento de que «todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios» y que «el mundo entero está bajo el maligno» (Ro
3.23; 1 Jn 5.17). La santidad de Dios y el pecado del hombre son lo
único que cuenta.
Aquí
está la clave de la situación actual. ¿Vemos nuestra necesidad de
humillarnos? ¿Vemos esta necesidad como miembros de la Iglesia? ¿La
vemos como ciudadanos de nuestra nación? Nos enfrentamos con una
situación mundial, sin saber qué es lo que va a ocurrir. ¿Habrá
otra guerra? Si nuestra actitud todavía es: ¿por qué Dios permite
esto?, ¿qué hemos hecho para merecer todo esto?, quedará al
descubierto que aún no hemos aprendido la lección que aprendió
Habacuc. No nos hemos humillado lo suficiente. Hemos pasado por alto
que las dos grandes guerras mundiales fueron consecuencia inevitable
de la impiedad de los últimos cien años, y todo por la arrogancia y
el orgullo del hombre. ¿Ha reconocido la Iglesia que su condición
actual y mucho de su sufrimiento se debe al castigo de Dios por la
infidelidad y apostasía en que la misma Iglesia ha caído? Por mucho
tiempo la propia Iglesia ha negado lo sobrenatural y milagroso, y ha
puesto en duda la deidad de Dios y exaltado a la filosofía por
encima de la revelación. ¿Tiene la Iglesia derecho a protestar si
es que ahora está pasando por tiempos difíciles?, ¿se ha humillado
en polvo y en ceniza?, ¿ha reconocido y confesado su pecado?, ¿tiene
acaso el mundo derecho a protestar? A pesar de los juicios de Dios
sobre nosotros, ¿ha habido humillación?, ¿existe un espíritu de
arrepentimiento? Si lo hay, ¿dónde está?
No
es bíblico ni tampoco espiritual mirar sólo a lo que es
evidentemente impío. Cristianos y aun sus líderes tienden a dar la
impresión de que el único problema es la posmodernidad. Han caído
en el error en que Habacuc estuvo atrapado por un tiempo. Con
frecuencia oímos decir: La Iglesia cristiana no es perfecta, pero la
cultura posmoderna es peor, o: La Iglesia no es todo lo que debería
ser, pero ¡miren tal o cual posición! Por tanto, no vemos la
verdadera necesidad de la humillación. Muchos solo ven un problema
—los caldeos o la cultura posmoderna— y mientras permanecen
mirando ese problema no sienten ninguna necesidad de humillarse. La
lección que aprendió el profeta Habacuc fue que el problema no
tenía que ver con el nacionalismo o el antagonismo entre naciones.
Se trataba de la santidad de Dios y el pecado. No nos queda más que
humillarnos delante de Dios. Nada podría ser tan desastroso, o tan
antibíblico como que la Iglesia considere que su primer deber es
combatir al comunismo y, menos aún, el ser conducido a tal campaña
por la iglesia romana. No hay tal cosa como la unión de la Iglesia y
el Estado. Estos problemas no deben ser considerados políticamente,
sino espiritualmente. Nuestra principal preocupación deber estar en
la santidad de Dios y el pecado del hombre; ya sea en la Iglesia, en
el Estado o en el mundo. A pesar de todo lo que se pueda decir de lo
que se oponga a Cristo, lo primero que debemos preguntar es: ¿Qué
de mí mismo? El hecho de que haya otros peores que yo, ¿significa
que yo estoy bien? ¡Daniel y Habacuc no lo vieron así! Todos
nosotros, al igual que Habacuc, debemos confesarle a Dios: ¡Hemos
pecado contra ti y no tenemos derecho alguno de rogar en tu presencia
que mitigues la sentencia! Se requiere con urgencia tal
auto-humillación.
Adoración
Existe
un segundo elemento en la oración y es el de la adoración. «Oh
Jehová, he oído tu palabra y temí». Temor no significa en este
caso que Habacuc sintiera temor por las situaciones que habían de
venir, según la revelación que Dios le dio. No se trataba del temor
por el sufrimiento que había de venir. La expresión sugiere más
bien estar embargado por el asombro en la presencia de un Dios tan
grande; la de una profunda adoración y respeto por Dios y sus
caminos. Dios le había hablado acerca de su plan histórico. Por
eso, el profeta, meditando sobre el hecho de que Dios está en su
santo templo y todo el mundo a sus pies, quedó maravillado y
asombrado. Cuando reconoció la santidad y el poder de Dios, dijo:
«Temí». La actitud de «temor reverente» de la que se habla en
Hebreos 5.7, es una actitud que no vemos entre cristianos, ni
siquiera entre evangélicos. Existe un exceso de liviana familiaridad
con el Dios Altísimo. Gracias a él, podemos entrar en su presencia
confiadamente por medio de la sangre de Jesucristo. Sin embargo, esto
jamás debería reducir nuestra reverencia y temor piadoso. El
antiguo pueblo de Dios, en particular los más espirituales, vivían
tan conscientes de la santidad y grandeza de Dios que aún temblaban
al invocar su nombre. La santidad y el poder de Dios les hacía
temblar y quedaban prácticamente estupefactos. Debemos acercarnos al
Señor «agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es
fuego consumidor» (He 12.28,29).
Esto
es esencial para un buen entendimiento de los tiempos en que vivimos.
Debemos aprender a ver a Dios en su santo templo, por encima del
flujo de la historia y de las cambiantes escenas del tiempo. En la
presencia del Señor lo más sobresaliente es la naturaleza santa de
Dios y nuestro propio pecado. Nos humillamos y con reverencia le
adoramos.
Petición
Finalmente
llegamos al aspecto de la petición. El apóstol Pablo dice: «Por
nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego». La verdadera oración
siempre incluye estos tres elementos: humillación, adoración y
petición. ¿Cuál es la petición en el caso de Habacuc? No es
liberación o alivio, ni tampoco que Dios tenga misericordia de su
pueblo, ni que impida la guerra con los caldeos. No pide que se evite
el sufrimiento, el saqueo de Jerusalén y la destrucción del templo.
No efectuó tal petición porque había comprendido que estos eventos
eran inevitables y estaban bien merecidos. No le pide a Dios que
cambie su plan. La única carga que pesa sobre el profeta ahora es su
preocupación por la causa, la obra, y el propósito de Dios en su
propia nación y en el mundo entero. Su único deseo es que las cosas
estén bien hechas. Había llegado al punto en que, en efecto, podía
decir: ¡Lo que yo y mis compatriotas tengamos que sufrir, no
importa, con tal de que tu obra sea avivada y mantenida en pureza! Su
gran ruego es que Dios avive su obra en medio de los tiempos. «Oh
Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los
tiempos hazla conocer». La expresión «en medio de los tiempos», o
«en medio de los años» (2) se refiere a esos eventos terribles y
que estaban profetizados para ser cumplidos en esos tiempos. Una
paráfrasis adecuada podría ser: «En medio de los tiempos de
sufrimiento y calamidad que tú has predicho, aun en medio de ellos,
oh Señor, aviva tu obra.» Esta es una oración sumamente apropiada
para la Iglesia en el día de hoy. Si nos preocupamos más por el
riesgo que significa afrontar otra guerra mundial que por la pureza y
bienestar espiritual de la Iglesia, esto representa una seria
reflexión sobre nuestro cristianismo. ¿Qué es lo que
principalmente nos preocupa como creyentes? ¿Son los eventos del
mundo que nos rodea? ¿O es el nombre y la gloria de nuestro Dios
Todopoderoso, la salud y condición espiritual de su Iglesia, la
prosperidad y el futuro de su causa entre los hombres? Para Habacuc
solo había una preocupación. A pesar de saber lo que iba a ocurrir
rogó por un avivamiento de la causa de Dios en Israel.
La
palabra hebrea utilizada para «aviva», tiene el significado básico
de «preservar» o «mantener vivo». El gran temor de Habacuc era
que el pueblo de Dios fuera completamente destruido, de manera que
oró pidiendo: Preserva, oh Dios, mantén en vida, no permitas que
sea abatido. Además, avivar no sólo significa mantener en vida o
preservar sino también purificar, corregir, y eliminar lo malo. Esta
es siempre una acción esencial en la obra de avivamiento que Dios
hace. En cada una de las historias de avivamiento leemos que Dios ha
purificado, eliminando el pecado, la escoria y las demás cosas que
frenaban su causa.
Hay
otro factor importante y es que mientras la Iglesia es preservada,
purificada y corregida, está siendo preparada para la liberación.
El profeta observa la calamidad que se aproxima y dice: «Oh Señor,
mientras somos castigados, prepáranos para la liberación que ha de
venir. Haz que todo tu pueblo sea digno de la bendición que has de
derramar.» Parece decir: Recuerda tu obra, y haz que sea lo que
siempre quisiste que sea; que la Iglesia funcione como debe
funcionar. Esta oración, al igual que la de Daniel, fue respondida
en forma concluyente cuando estaban en cautividad en Babilonia, en
manos de los caldeos. Dios contestó el pedido de un avivamiento por
medio del castigo, y precisamente durante el tiempo en que el castigo
se ejecutaba.
La
apelación final de Habacuc es conmovedora. «En la ira, acuérdate
de la misericordia». Matthew Henry señala en su comentario que
Habacuc no pide a Dios: «Oh, Señor, comprendo que este castigo era
necesario, pero recuerda que hemos procurado ser buenos, y que han
habido peores períodos en nuestra historia.» No le pide a Dios que
los recuerde por algún mérito, sino que ruega para que en medio de
su ira se acuerde de la misericordia. «Ira» significa la perfecta
justicia y rectitud de Dios. Todo lo que hace es recordarle a Dios su
propia naturaleza y de ese otro aspecto de su divina persona, que es
la misericordia. Pareciera decir: «Mitiga la ira con misericordia.
No podemos pedir más que tú actúes como eres, y que en medio de la
ira, tengas misericordia de nosotros.»
Aquí
tenemos una oración modelo para el tiempo en que nos toca vivir. En
los días de oración nacional durante la segunda guerra mundial,
parecía predominar el criterio que nosotros estábamos bien. Además,
creíamos que todo lo que debíamos hacer era pedir que Dios
derrotara a nuestros enemigos, quienes eran los únicos que estaban
mal (3). No se dio lugar a una verdadera humillación ni a la
confesión de pecado, ni lamento por nuestra pecaminosidad y
separación de Dios. El mensaje del libro de Habacuc es que nos
humillemos en verdad, olvidando a los demás y aquellos que son
peores que nosotros. Debemos vernos tal como somos en la presencia
del Señor y confesar nuestros pecados y encomendarnos en sus manos
todopoderosas. Hasta que no hagamos todo eso, no tenemos derecho a
disfrutar de la paz y la felicidad.
Mientras
el mundo no aprenda estas tremendas lecciones de la Palabra de Dios,
no hay esperanza para él. Habrá guerras y más guerras. Que Dios
nos dé la gracia para aceptar este mensaje de la Biblia y aprender a
ver las situaciones no desde el punto de vista político, sino del
espiritual.
Este
principio tiene aplicación personal. Debemos enfrentar nuestra
situación personal de la misma manera, preguntándonos: ¿Hay algo
en mi vida que está mereciendo el castigo de Dios? Examinémonos y
humillémonos bajo la poderosa mano de Dios y preocupémonos
principalmente por el estado de nuestras almas. El problema es que
siempre miramos a la situación y al problema, en lugar de procurar
descubrir si hay algo en nuestra vida que conduce a Dios a proceder
de esta manera. En el momento en que yo me preocupo realmente del
estado de mi corazón, en lugar de mi aflicción, estoy ya
transitando por la avenida de la bendición de Dios. La epístola a
los Hebreos declara que la disciplina es una prueba de que somos
hijos de Dios. «El Señor al que ama disciplina» (He 12.6). Si no
sabemos lo que significa la disciplina, deberíamos alarmarnos pues
si somos hijos de Dios, él se interesa por nosotros y se ha
propuesto llevarnos a la perfección. Si no escuchamos su voz,
buscará otra forma para llevarnos al fin propuesto. «El Señor al
que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo». Cuando
las circunstancias son aparentemente adversas no debemos analizar la
situación y formular preguntas, sino mirarnos a nosotros mismos y
preguntar: ¿Cómo está mi corazón? ¿Qué me está diciendo el
Señor por medio de esto? ¿Qué es lo que hay en mí que merece esta
acción por parte de Dios? Después de examinarnos y humillarnos
deberíamos colocarnos en las manos de Dios y decir: Tu camino y no
el mío, Señor, no importa cuán duro sea. Mi única preocupación
es que mi corazón esté bien contigo. Sólo pido que en la ira
recuerdes la misericordia, pero sobre todo, continúa con tu obra
para que mi alma sea avivada y que sea agradable a tus ojos.
Esa
fue la actitud de Habacuc. Fue la actitud de todos los verdaderos
profetas de Dios. Es siempre la actitud de la Iglesia en todo tiempo
de despertar espiritualmente y experimentar un avivamiento. Es la
única actitud correcta, bíblica y espiritual para la Iglesia y para
cada creyente en lo individual en esta hora presente. Deberíamos
pensar menos en la amenaza de cualquier situación que ponga en
peligro a la Iglesia. Deberíamos preocuparnos más por su salud y su
pureza, y por sobre todo esto, mostrar preocupación por la santidad
de Dios y dolor por el pecado humano.
Tomado
y adaptado del libro Del temor a la fe, D. Martyn Lloyd-Jones,
Desarrollo Cristiano Internacional-Hebrón.
Notas
del autor:
1.
Compárese con la oración de Daniel, en Daniel capítulo 9.
2.
Compárese la Biblia de Jerusalén que traduce: «En medio de los
años» y comenta: «es decir, en nuestro tiempo».
3.
Nota del traductor: El autor, siendo de nacionalidad británica,
habla en primera persona plural, refiriéndose a sus connacionales.
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